En Sueño de una tarde quise explorar esa frontera donde el tiempo y la materia dialogan con lo humano. La roca, áspera y ocre, encarna el peso ancestral de la Tierra, lo inmutable, lo que arrastramos desde antes de ser conscientes.
Para mí, esta obra es un poema tallado en silencio. La piedra se convierte en pensamiento denso, en memoria detenida, en verdad no dicha. El cuerpo no cede, sino que transforma el acto de sostener en una meditación profunda. Me interesa que quien la contemple perciba esa paradoja: la fragilidad humana que, al mismo tiempo, es capaz de sostener universos interiores con dignidad y calma.
Aquí no hay agonía, sino la quietud pesada de un sueño donde la conciencia se hace roca. En ese umbral, la pregunta se abre: ¿qué elegimos cargar y cómo lo sostenemos?
